La adolescencia es una etapa de confusión y cambios muy acelerados a los que uno tarda en amoldarse. A esta edad se miente de forma diferente a la que lo hacen los niños: normalmente es intencionado, si bien no siempre por malicia. Se miente para ocultar algo, para evitar un conflicto, por vergüenza… Los motivos son numerosos y muy diferentes dependiendo de cada persona y situación.
Como padres, y como personas adultas que también hemos pasado por esta fase y hemos mentido de la misma manera, debemos afrontar el hecho de que para nuestros hijos, llegados a esta edad, quizá somos las últimas personas a las que se quieren abrir. Sienten urgencia por definir su propia identidad y diferenciarse de sus figuras paternas. En la mayoría de los casos ni siquiera nos daremos cuenta de si nos están diciendo la verdad o no. Los adolescentes se enfrentan a grandes cambios en muchos aspectos: escolares, físicos, emocionales… Es una época crítica porque empiezan a tomar sus propias decisiones, y deben equivocarse y aprender de sus errores o nunca llegarán a ser “adultos”.
Esto no significa que la relación con nuestros hijos deba ser mala o anularse. Podemos estimular el diálogo con ellos de forma que no necesiten mentirnos en la medida de lo posible. La adolescencia es un período de experimentación. Los jóvenes quieren probar cosas nuevas con las que a lo mejor los padres no estamos de acuerdo. Y, si mienten, muchas veces es por temor a defraudarnos. Por esto, la comunicación y la tolerancia son vitales.
La “escucha activa” es un método muy recomendado: sentarnos a hablar con ellos, sin sermones ni confrontaciones, sólo para escuchar lo que tienen que decir, que puedan desahogarse sin que les juzguemos precipitadamente. Si nuestros hijos piensan que somos muy críticos o estrictos es más probable que nos mientan por temor a represalias.
Las mentiras pueden deberse también a la inseguridad, por querer guardar una apariencia frente a la familia o los amigos. A esta edad es muy típico porque aún están construyendo su personalidad; intentan imitar modelos que, a veces, no van con su carácter.
Mentiras de este tipo (piadosas, por vergüenza, orgullo, etc.) son fáciles de detectar y solucionar. Un problema serio es cuando el adolescente empieza a creerse sus propias mentiras, lo cual puede derivar en un Trastorno Psicopatológico, o cuando son mentiras compulsivas. Entonces es necesaria la intervención de un profesional.
En cualquier caso, es mejor no actuar como si no nos estuviese mintiendo. Y ahí es cuando entra el papel de la “escucha activa”. ¿Por qué ha necesitado mentirnos sobre tal o cual tema? ¿Qué le preocupa? Tiene que ver en nosotros alguien en quien confiar aunque a esta edad abrirse a los padres le sea muy difícil.
No somos sus amigos ni sus profesores, no podemos ser permisivos en exceso porque los jóvenes también necesitan disciplina ni vamos a interrogarle sobre intimidades que lógicamente ni nos querrá contar ni querremos saber. El punto es que, para lo importante, tenga presente que puede contar con nuestro apoyo y consejo.