Saber callarse en el momento oportuno puede resultarnos realmente difícil. En ocasiones los nervios o el enfado que determinadas situaciones provocadas por nuestros hijos, impiden que nos callemos y no continuemos una discusión. Si es una discusión con un hijo o hija, podría llegar al infinito. Es bueno recordar algunas pautas sencillas para que una discusión no se convierta en una pesadilla.
Reacción ante las rabietas
Cuando éramos pequeños tal vez nos dijeran mil veces que nos guardáramos el genio en el bolsillo. No es mal consejo para tampoco para nuestros hijos y tampoco para los padres. Los niños pueden rechazar una indicación, un orden o un límite, y comenzar una discusión con nosotros, rechazarla, empezar a llorar, patalear... Son reacciones de niño. Las reacciones de un adulto obviamente son otras. Entre ellas está el callarse. Después de haber dado nuestra orden o indicación, y ver que no hay una respuesta positiva, podemos repetirla y si a la tercera no hay una actitud positiva, y la situación lo requiere y es proporcionado, hemos de decirle qué pasará si no obedece, como un pequeño castigo.
Cuando lleguen las réplicas, contrarréplicas y la rabieta infantil, es momento de callarse. No caigamos en esa pequeña trampa de los niños que consiste en llorar, gritar y tirarse al suelo para llamar nuestra atención y hacernos ceder. Tengamos en cuenta que la desobediencia es una forma en que los niños desafían a sus padres y miden hasta dónde pueden llegar en su desafío. Es realmente una prueba de paciencia para los padres.
Otros momentos para callarse
Los padres conocen mejor que nadie a sus hijos y conocen sus reacciones. Saben también cuándo les cuesta contar algo que haya pasado en el cole o en cualquier otra circunstancia. En esa situación procuremos evitar la batería continuada de preguntas e intentemos otra forma de conocer sus sentimientos. Busquemos un momento relajado, como una merienda un poco especial, un pequeño paseo...
Comentemos las cosas que nos han pasado en el día y demos opción a que él o ella nos cuente lo que ha pasado en su jornada. Es importante que perciba que estamos prestando toda nuestra atención a nuestro hijo o hija con nuestros gestos y nuestra mirada y con una actitud cariñosa. Procuremos hacer las preguntas justas. Veremos como poco a poco va soltándose y confiándonos lo que le pasa.