A partir de los 13-14 años comienza una nueva e importante etapa en el desarrollo de nuestros hijos: empieza la adolescencia. Estudios científicos han identificado una región específica del cerebro (la amígdala) que causa las reacciones instintivas como el miedo y el comportamiento agresivo. Esta región se desarrolla muy pronto, mientras que la corteza frontal, el área del cerebro que controla el razonamiento, lo hace más tarde y muy poco a poco, alagándose su proceso de desarrollo hasta bien entrada la edad adulta.
Escáners del cerebro en acción muestran que los cerebros adolescentes funcionan de manera diferente a los adultos en cuanto a toma de decisiones y resolución de conflictos, ya que sus acciones se guían más por la amígdala que por la corteza frontal.
Debido a esto, los adolescentes tienden a:
- Actuar impulsivamente sin sopesar las consecuencias.
- Malinterpretar las señales sociales y emocionales.
- Verse envueltos en accidentes y peleas.
- Comportarse de forma arriesgada y hasta peligrosa.
Biológicamente no tienen la madurez de actuar de forma diferente. Así hemos sido todos a esta edad. Pero esto no significa que todo valga.
¿Qué podemos hacer contra esto entonces?
- Pasar tiempo con él y prestarle la atención que necesita sin agobiarle.
- No lo juzgues precipitadamente. Él no conoce otra forma de controlar ese manojo de sentimientos nuevos, pero tú sí y puedes enseñarle. Los adolescentes viven en una especie de miedo permanente ante los cambios a los que se enfrentan y tenemos que comprender ese miedo en lugar de desesperarnos.
- Niño, adolescente o adulto, nuestro hijo siempre será nuestro hijo; lo conocemos y sabemos si algo lo carcome por dentro. La comunicación es esencial: descubre qué le ocurre y dale posibles soluciones. Nosotros ya pasamos por todo esto; podemos serles de más ayuda de la que ellos piensan.
- Necesitan límites: pocas normas pero claras y firmes.
- Evita las batallas que empiece siempre él. Recuerda que no razona como tú, en tu madurez física y emocional, esperas que lo haga.
- Que se sienta libre de expresar sus emociones. No lo obligues a ello. Incúlcale esta libertad desde pequeño para que, a esta edad, siga confiando en ti cuando se le presenten dificultades.
- Ejemplos positivos.
- Las actividades físicas son fundamentales en esta etapa: desfogan toda esa rabia, se entretienen, crean lazos afectivos y de compañerismos y aprenden disciplina.