Es cierto que cada familia tiene sus propias creencias y su manera de vivir la fe. Hay familias practicantes y creyentes fervientes, ateos y otros que creen pero no practican. Y todas son igualmente respetables. 

Muchos coinciden en que, si la religión forma una parte importante de nuestra vida, ¿por qué no deberíamos incluir a nuestros hijos en ella? Por supuesto, cada familia es libre de inculcar sus propios valores a sus hijos. Otros, sin embargo, se preguntan si es realmente adecuado condicionarles a profesar una religión concreta, que es algo personal e íntimo, a los niños desde edades tempranas. No hay una respuesta definitiva, la verdad.

Muchos coinciden en que, si bien es perfectamente aceptable que aprendan sobre la religión que profesan sus padres, no se debería forzar a los niños a realizar ciertas prácticas que conlleven compromisos personales, ya que no son lo bastante maduros ni para entenderlos ni para responsabilizarse de ellos.

Además, nuestra misión para con nuestros hijos es convertirlos en seres humanos decentes. No tengamos miedo de hablarles sobre otras religiones y culturas. Expandamos sus mentes. El mundo cada día se vuelve más homogéneo en cuanto a razas y creencias y debemos enseñar a nuestros hijos a respetar a todas y cada una de ellas.

Conforme vayan creciendo, irán moldeando estas enseñanzas a su propio pensamiento. Quizá sigan nuestra religión, quizá sigan otra o quizá no sigan ninguna. La fe es una de las pocas cosas a las que no se puede obligar, ya que la experiencia real es completamente interna.